lunes, 8 de agosto de 2011

La boda de un gran amigo - Primera parte

Honor, palabra malempleada muchas veces como el orgullo de un caballero, código ético que de ser bien seguido, proporciona al susodicho con una alta consideración, sobretodo si esto último implica la muerte, ya que antepone su oficio a su propio beneficio.

Pero no quiero hablar de este tipo de honor. Recientemente he sido agraciado con un maravilloso honor, junto a otros dos amigos, de ser, como lo llamaríamos aquí, padrino de un amigo en su boda. Cabe decir que no es exactamente un padrino como lo conocemos, pues hacemos referencia a una boda estilo americana. Siete acompañantes masculinos (el séquito de hombres de negro, dispuestos a complacer las necesidades del novio y siete acompañantes femeninas, siempre dispuestas a emocionarse y derramar lágrimas, camufladas con la emoción de felicidad que a todo el mundo embarga en un día tan importante.

Pues sí, y como tal evento, había que ensayar la entrada, la preciosa entrada que al día siguiente iría acompañada de música en vivo, pero que ese día, todos vestidos de verano, no tendríamos. Nuestra única música fueron los cantos de los pájaros y el suave deslizamiento del viento entre las hojas de los árboles que había en el Mas, pues la boda era civil y se celebraba en un lugar alejado de la civilización (Sí, os adelanto que afortunadamente no provocamos ningún tipo de incendio y ningún animal fue amado, torturado o matado durante esa noche; no solo por el miedo que puede suscitar gente como nosotros con alcohol en la sangre sino porque estamos hablando de una boda vegetariana).

Nosotros ese día ya estabamos viendo que aquello iba a ser muy grande, hasta cierto punto majestuoso. Acostumbrado a la sencillez de las bodas españolas, dónde el duro peso de la responsabilidad padrinal y madrinal recae en una única persona y con suerte en dos, esto era nuevo para todos los españoles allí presentes.

Tuvimos que desempolvar nuestros coches, y llevar a los americanos de viaje hasta el lugar donde iba a realizarse la celebración. Luego traerlos de vuelta. El choque cultural fue bastante interesante, sobretodo para ellos al darse cuenta que los españoles... bueno, nos importa un comino en general la etiqueta (vivimos al límite, ponemos ropa en lavadora que solo se puede limpiar a mano).

Pero llegó el gran día. El sabado. Los groomsmen (así se nos llamaba pese a la insistencia del público español de cambiarnos los nombres por una pronunciación más nacionalizada) todos vestíamos igual. Traje negro liso y mate, con una corbata negra y camisa blanca. Los calcetines, regalados por la feliz pareja a cada uno de los groomsmen tenían adornitos curiosos. Los míos, un robot pirata lo que me da la sensación que tenía algún tipo de mensaje subliminal.

Sin más dilación, subimos a los autobuses. Amena y distentida charla hasta llegar a nuestro destino, el cual ya nos conocíamos del día anterior. Preparaciones de último momento, nervios controlados pero visibles en los rostros y una emoción contenida. Para los americanos, también era una boda especial, pues habían cruzado el charco (esperemos que no hicieran caso a google maps y vinieran en avión en lugar de a nado) y lo veían como una aventura. Para nosotros, se casaba un gran amigo de toda la vida, un ser querido que abandona su patria y se marcha a la conquista de las américas. Esperemos que cumpla bien con su cometido.

Poco a poco la gente circuló hacia sus asientos, mientras esperaban a que los padres subieran, menos efectivamente el propio progenitor de la novia, cuyo trabajo era escoltar a su bella hija hacia el altar, donde la ofrecería a su futuro marido. Los groomsmen, cogidos del brazo de las bridesmaid, fueron desfilando por parejas uno a uno para colocarse a sendos lados del altar donde el novio esperaba impaciente la llegada de su futura esposa.

El momento ya llegó. Una de las bridesmaid, sentada al piano empezó a tocar una preciosa melodía indicando que el momento que todos esperaban (y yo que creía que querían verme a mi pasar por el pasillo central, adornado con una alfombra blanca que fue perdiendo el color a medida que recibía pisadas que habían caminado previamente por la tierra del lugar) había llegado. Efectivamente, todos vimos aparecer a la persona más importante de ese día, cogida del brazo de su orgulloso padre, con su pecho hinchado de felicidad y satisfacción. Realizó la entrega después de un fuerte abrazo con el novio. Y empezó la ceremonia.

Una ceremonia bilingue en la que afortunadamente y gracias a mi suficiente nivel de inglés, pude seguir en su totalidad, algo que no se podía decir de algunos españoles y la gran mayoría de americanos, quienes no tienen la necesidad imperiosa de aprender castellano ya que su idioma ya es el más fuerte de planeta. Había partes que se repetían en ambos idiomas y otras que no, dándole un ritmo ágil a la ceremonia que de otra forma se habría hecho más pesada para quien entendía ambos idiomas. Las lecturas, una en inglés y la otra en español, fueron basadas en el mismo texto y leídas por amigos de la pareja.

Curiosos momentos tuvo la ceremonia, sobretodo cuando empezaron a hablar del día en que se conocieron. Los que allí estuvimos, conseguimos reprimir una risa, disimulandola en una sonrisa de complicidad, pero también de afecto. Y es que, como seguro todo el mundo sabe, las mejores historias son las que empiezan sin que te des cuenta, con una situación a veces incluso bastante bizarra. Situaciones a las que uno no les da importancia, incluso piensas que son grandes anécdotas que recordarás junto a unas carcajadas y unas copas. Bueno, ahora es una gran anécdota que dio pié a la situación que en esos momentos estábamos viviendo y que nadie hubiera imaginado que acabaría así.

Una vez realizada la entrega de los anillos, por fin llegó el momento que todos habían esperado desde que empezó la ceremonia. El beso. La gente estalló en aplausos y unos pocos vítores. Las lágrimas, medio contenidas por las bridesmaid durante la ascención de la ya esposa hacia el altar, empezaron a correr por sus rostros liberadas al fin después de tanto control. Los testigos firmaron los papeles acorde aquella unión había sido celebrada. En aquel entonces, la ceremonia finalizó con el mismo desfile que empezó, pero en sentido inverso.

Copas de champán nos esperaban al final de las grandes escaleras. Las bridesmaids consiguieron superar la árdua tarea de subir y bajas las escaleras endemoniadas con tacones endiablados. Felicitaciones y brindis se intercambiaron en ese momento, todo el mundo emocionado y deseando compartir su alegría con la pareja recién casada.

A partir de aquí, empezó la sesión de fotos mientras el resto de invitados procedía a disfrutar del pica-pica, pero eso, pertenece a la próxima entrada.

2 comentarios:

Tyler dijo...

El honor fue mio amigo mio! Me alegro de que fuera tan importante para ti como lo fue para nosotros.

Xar dijo...

Me alegro que te haya gustado el post. Esta semana trataré de escribir el resto :) Almenos lo que el alcohol me permita :)